Imagen
Imagen


LA MINERÍA EN EL CONCEJO DE ESPINAMA

IV.- Anécdotas mineras

  • Ver primera parte
  • Ver segunda parte
  • Ver tercera parte

    LA PAGA

    Hacer llegar a los mineros su sueldo fue causa de diversas anécdotas. En la revista "Bocamina", ejemplar de abril de 2006 leemos:

    «En los años 70, los mineros percibían su salario en mano que un pagador proveniente de Reocín les subía a la mina. El dinero se recogía en la sucursal del Banco de Santander en Potes y una pareja de la Benemérita lo escoltaba hasta la propia mina. Antes, en Espinama, había que ensobrarlo, uno por uno, lo cual era tedioso, especialmente cuando al llegar al último sobre faltaba o sobraba un duro y había que revisarlos todos de nuevo.

    Cuando los vehículos podían llegar a la mina no existía problema, pero otra cosa era cuando el puerto estaba nevado y era preciso subir a pie. En tal caso tanto el pagador como los guardias civiles tenían que sudar la camiseta y no siempre se trataba de gente entrenada para realizar ese esfuerzo. Generalmente los de la pareja sí lo estaban pero ni el calzado que usaban era el idóneo (botas de cuero muy resbaladizas en la nieve helada) o falta de hábito o la problemática del puerto.

    Un día estaba el tiempo revuelto. Empezaron a caminar en los invernales y el fuerte viento del norte casi les tiraba al suelo. Había que andar apoyándose en él y cuando la ráfaga cedía costaba guardar el equilibrio. Uno de los guardias entre lo helado que estaba el piso, que ya motivaba algún resbalón, y el viento racheado, posó el culo en la nieve repetidas veces. Por su parte, el pagador, que tenía mucha sorna, no hacía más que repetir "yo como las grandes compañías -debut y despedida en el día-". La caminata fue muy dura, pero al menos resultó simpática con las caídas del pobre número y los dichos del pagador.

    En otra ocasión lo que sucedió ya no tuvo gracia. Las condiciones también eran muy malas, esta vez por la espesa niebla, y la comitiva, encabezada por el guía José Garrido, "Pillo", se perdió. El susto que se llevaron cuando éste se lo comunicó fue enorme. La zozobra de todos a medida que el tiempo transcurría iba en aumento, la cual pasó a ser pánico, cuando el guía les puso en alerta de que tuvieran mucho cuidado al dar cada paso porque había riesgo de darle al vacío y despeñarse. Al oir esto hubo alguno que incluso se negó rotundamente a seguir andando. En esta tesitura José se vió obligado a tranquilizarles argumentando que creía saber ya dónde estaban. Logró que continuasen, porque de lo contrario existía riesgo de congelación. Al poco encontró una referencia del sendero que debían seguir, pudiendo retomar la marcha y llegar sin novedad a la mina.»

    Ya otras veces el transporte de la paga había originado anécdotas. Así, en el otoño de 1958, particularmente frío. Cuenta Abilio Alonso, por aquel entonces minero en Áliva:

    «Son los primeros días de diciembre, lunes, día siete, cuando recibimos cuatro productores la siguiente orden de trabajo: salir de la mina camino de Espinama al encuentro del coche procedente de Torrelavega; trae nuestros salarios correspondientes al pasado noviembre, con el pagador de turno y acompañados de la Guardia Civil.

    Son las cuatro de la tarde cuando llega el coche al lugar conocido como La Regollada; nieva intensamente y el coche no puede pasar de este punto, los "grandes capitalistas" que nos hacemos cargo del sueldo de todo el personal de la mina, menos el del facultativo, somos los siguientes: don Julio Caldevilla Caldevilla, de veinticinco años; don Ángel Alonso Díez, de veinticinco años; don Jesús Prellezo García, de veintidós años; y también yo tengo veintidós cumplidos.

    Salimos hacia la mina sabedores de que la noche nos sorprenderá a medio camino, estamos a unos siete kilómetros del destino y en circunstancias muy adversas pasamos la portilla y también en Cobarance donde (¡cómo no!) recordamos el triste suceso del 1945; nosotros caminamos por el centro por encima mismo del río Nevandi, valiéndonos de la experiencia que tan caro costó a nuestros convecinos años antes. Caminamos los cuatro juntos, en línea, con relevos frecuentes pues hay mucha nieve y por la ventisca no nos vemos unos a otros; nos agarramos unos a otros y lo estamos pasando muy mal. En Salgardas, ya de noche y con nuestras fuerzas mermadas, decidimos darnos la vuelta de regreso a casa ¡si podemos!, si no, tenemos de camino los invernales de Igüedri, que serán nuestra salvación [...]

    Con muchas dificultades llegamos a Espinama convirtiendo nuestras casas por una sola noche en Caja de Ahorros Rural. ¿Pero cuántas veces a lo largo de nuestra vida ponemos ésta en grave riesgo sin darnos cuenta?

    A la mañana siguiente los cuatro capitalistas, convertidos ya en expertos financieros, emprendemos de nuevo el camino, todo sobre nieve, llegando al destino con no pocas dificultades, ¡pero llegamos! La primera noticia es que un alud de nieve en choque contra las cisternas (2) de gas-oil de ochenta mil litros de capacidad emplazadas sobre una base de media circunferencia hecha de hormigón y sujeta con dos sólidos abarcones de acero roscado con sus correspondientes tuercas y bien amarradas a la base (mientras no se demuestre lo contrario), son removidas y se pierde parte del líquido que contienen; son recogidas trece vagonetas de gas-oil, piénsese por un momento la más que posible coincidencia con uno de estos aludes por los cuatro protagonistas, ¿Dónde estaríamos nosotros y los salarios de todos? [...]

    En compañía de los vigilantes don Eusebio Calvo Benito y don Manuel Briz Briz, damos entrega y cuenta del dinero que nos fue encomendado [...].»

    LA NIEVE

    Pocos días antes de este hecho, había ocurrido otro que el mismo Abilio Alonso destaca en su libro "Trabajo y amigos para el recuerdo":

    «A la entrada del otoño hay que proveerse de toda clase de alimentos y hacer acopio para unos seis meses y también de materiales para el total buen funcionamiento de la mina en este tiempo; así que dos carrocetas y un G.M.C. no paran desde Espinama de hacer el acopio. Dos de los conductores eran en estos días don Rafael Rivas y don Jesús Campo Rodríguez; fueron muchas las peripecias pasadas en el puerto de Áliva con estos servicios, aunque a los conductores y sus ayudantes les sobra profesionalidad; el mal tiempo de invierno anticipado daba al traste en no pocas ocasiones con este servicio.

    Fue en un día de noviembre del año 1958 cuando estuvimos a punto de morir congelados algunos de los participantes en esta misión. El que lo pasó peor fue el conductor Rafael Rivas que debió ser reanimado con varias dosis de tortazos directamente en el rostro, abandonando máquinas y cargamento en el lugar conocido como "La Lomba". También el señor facultativo don Emilio Menéndez Ribelo, aguantó estoicamente este mal momento, pues no hizo como hazaña "embarcar la tropa y quedarse en tierra".

    Pero el protagonismo de la nieve en aquel invierno no había hecho más que comenzar. El 17 de enero de 1959, tras diez días de nevadas continuas, se produce un gran alud que no sólo resbala por encima del búnker donde se encuentran los diez mineros que permanecían en la mina sino que también llena éste de nieve. Así cuenta sus consecuencias Abilio: «Hay una pequeña ventana interior y que mira a la cocina y, rompiéndola con una pala que el cocinero me dio y que él pudo entrar, sacamos con vida a don José Luis Suárez, en situación más que apurada; por esa pequeña escotilla pudimos saltar a la cocina, también llena de nieve; todas las dependencias del búnker fueron abiertas por el alud; el comedor, lugar de mayor superficie habitable, se llenó de nieve hasta el techo. Todas las claraboyas fueron arrancadas con sus correspondientes anclajes del cemento del búnker. Todo lleno de nieve; en los dormitorios generales fueron todas las camas atascadas en el piso inferior; todavía no habíamos advertido que las grandes cisternas de combustible han desaparecido junto con las tuberías que suministran el fuel al interior de los depósitos. Éstas fueron recuperadas pasados muchos meses y a gran distancia del emplazamiento donde se encontraban instaladas y, naturalmente, vacías de contenido.»

    El 19 de enero, aprovechando el buen día que amaneció, los diez mineros abandonan la mina en dirección a Espinama, desde donde ya habían partido cuatro hombres, enviados por la empresa, con quienes se juntan en el Sierru La Varga.

    Pero si la nieve protagonizó sucesos como el comentado, también intervino en otros no tan peligrosos, como éste que en la revista Bocamina titulan "No conocer la nieve":

    «En una ocasión quedó vacante el puesto de Ingeniero Técnico de la mina y se le ofrecieron a un ingeniero que había quedado sin trabajo por el cierre de una mina en Cartagena. Como es lógico, antes de decidir si aceptaba el ofrecimiento, quiso visitar la mina. En la visita fue acompañado por el Jefe de Áliva en ese momento. Ambos subieron en el Land Rover con un tiempo, aparentemente tranquilo, impropio de febrero. Su mujer prefirió no subir, quedándose en Espinama pero la hija, que también viajaba con él, y a pesar de que llevaba ropa demasiado ligera para esas fechas, se animó a acompañarle. Durante la visita el tiempo se revolvió y empezó a chispear nieve lo que, tratándose de febrero, era previsible que pudiera suceder. Al salir del interior, el Jefe de la mina, viendo el panorama, le sugirió retornar lo antes posible. Eran ya las 4 de la tarde cuando bajaban y, a medida que lo hacían, la nieve caída en el camino aumentaba. A la altura del río "Resalao" la nieve atrapó al coche, quedando completamente bloqueado. El problema era grave porque dada la hora y la escasa ropa que llevaban no era posible pensar en apearse y seguir caminando, ya que hasta Espinama había aún mucho trecho.

    El guía de la mina José Garrido ("Pillo") era uno de los viajeros. Eso los salvó. Sin pensarlo dos veces regresó a pie hasta la mina a buscar el vehículo "Ratrac" que se usaba para andar por la nieve. Con él se resolvió la papeleta bajando a todos hasta Espinama. El Land Rover quedó allí y se rescató una semana después. La experiencia no debió gustarle mucho al candidato que, por ser de donde era, solo conocía la nieve de oídas, y ese mismo día rechazó la oferta de trabajo

    El mismo "Pillo" es protagonista de otro hecho que nos cuentan en el libro "La minería en los Picos de Europa":

    «Para la alimentación eléctrica de las instalaciones existía una línea de 30.000 voltios que partía de Tama, al norte de Potes, pasando por las proximidades de Argüébanes, Lon y Tanarrio para alcanzar los Campos de Áliva por la collada de Cámara. Con harta frecuencia, en la temporada invernal, y coincidiendo con los días en que se producían temporales de nieve, surgían problemas que daban lugar a la rotura de aisladores y cables, caídas de postes, etc., siendo la localización de las averías lo más dificultoso. (...)

    Se hacían dos cuadrillas acompañadas por electricistas que, en ocasiones, venían desde Reocín. Una de ellas partía de Áliva (guiada por "Pillo") mientras la otra lo hacía desde Ojedo. En algunas zonas la nieve adquiría tal altura que los cables quedaban al alcance de la mano. Cuentan que "Pillo", con gran osadía, se aproximaba al máximo a los cables para sentir el cosquilleo de la corriente y detectar así su paso.»


    En la próxima entrega seguiremos con otras anécdotas, alguna más alegre.

    © Gabino Santos, 2009 (formato nuevo, 2022)