En los puertos de Áliva, compartidos por todos los pueblos del Ayuntamiento de Camaleño, se encuentra la ermita de la Virgen de la Salud cuya fiesta, declarada de "Interés Turístico Regional" en 1998, se celebra el día dos de julio. Es una fiesta de gran tradición en todo el Valle, pero sobre todo en Espinama y Pembes, los dos pueblos más próximos.
No se trata, sin embargo, de una tradición multicentenaria pues originariamente la ermita situada en Áliva estaba dedicada a San Pedro Advíncula, según prueban diferentes documentos que abarcan desde el siglo XVII hasta principios del siglo XX, celebrándose la fiesta el día primero de agosto. Tiene, por tanto, la ermita una larga historia. A la fiesta del uno de agosto asistía la Corporación de Camaleño, gran parte de los habitantes de los pueblos del valle, los pastores que guardaban las cabañas de vacas en el Puerto de Áliva y los queseros que fabricaban los quesos en las cuevas del Río Duje. El tamboril y la pandereta entretenían a la juventud con los bailes de jota hasta muy entrada la tarde.
El cambio de advocación de S. Pedro a la Virgen de la Salud se produjo a mediados del siglo XIX. Fue Enrique de Posada, natural de Pembes y residente en Sevilla, quien «dispuso que a sus expensas se edificara en dicho sitio una ermita, y accediendo a la solicitud de algunos devotos, les mandó una imagen de Nuestra Señora con el título de la Virgen de la Salud; es de bulto y madera de cedro, con su niño en los brazos; dotándola, además, de todos los ornamentos sagrados correspondientes al culto divino, con el doble fin de que los pastores, que son muchos durante el verano en esta región, y otras personas que se hallaren en el puerto pudieran cumplir con sus deberes religiosos, oyendo misa en los días festivos, al mismo tiempo que sirviera de asilo o refugio a los transeuntes en los días aciagos y borrascosos, siendo no pocas las personas que deben su vida a esta solitaria ermita».
Esto escribía en 1928 el entonces párroco de Pembes Olegario Fernández. Otro presbítero, Demetrio Ramos, precisa en 1940 que la donación de Enrique Posada (él suprime la preposición "de" entre el nombre y el apellido) tuvo lugar en 1851, año en el que, efectivamente, nos consta se inauguró la ermita, todavía bajo la advocación de San Pedro, tras haber quedado, seguramente, en ruinas la anterior.
Según la asociación, ya desaparecida, El Ciliembru, que ubicaba el envío de la imagen por el jándalo de Pembes a fines del siglo XIX, «Los sacerdotes del valle de Camaleño, como la celebración de la Visitación de la Virgen se celebraba el 2 de Julio, eligieron ese día para la celebración todos los años de la fiesta solemne de la Virgen de la Salud. Comenzaron a celebrarse así las dos fiestas: la tradicional del primero de Agosto y la de la Salud del dos de Julio, prevaleciendo con el tiempo la del dos de Julio y participando únicamente los vecinos de Espinama en la del primero de Agosto hasta 1915-1920».
La celebración de la doble fiesta se recoge en el libro "Liébana y los Picos de Europa", publicado en Potes en 1913, en el que leemos que casi en la unión de las vegas de Campomayor y Campomenor «hay una ermita (1.470 metros) de humildísimo aspecto, que está dedicada a San Pedro Advíncula y que se inauguró en el año 1851. En las inmediaciones se celebran dos pintorescas romerías: la del santo titular, el día 1º de agosto de cada año, y la de la Virgen de la Salud el 2 de julio. A ambas acuden muchos romeros de Liébana y de los pueblos limítrofes de Asturias (Sotres, Bulnes y Tielve), presentando Campomayor en esos días muy animado aspecto con las comidas al aire libre y el tradicional baile de pandereta».
Lo que está claro es que la nueva advocación arraigó rápidamente. Como muestra de ello, me voy a referir a las celebraciones de los años 1913, 1915 y 1916 de las que se dió cuenta en el por entonces importante periódico comarcal "La Voz de Liébana".
En todos esos años, la concurrencia fue masiva, y ello pese a que, en algún caso, se advierte de la "competencia" de algún acto religioso especial en Santo Toribio o de ser el primer gran día de sol desde mayo, con lo que ello suponía de poder adelantar las atrasadas faenas de la hierba.
Como ya hemos indicado acudía gente de muy variados sitios de Liébana y zonas aledañas. Se cita expresamente, aparte de la asistencia de casi todo el pueblo de Espinama, la de gentes de Pembes, Mogrovejo, Cosgaya, Turieno, Argüébanes, Potes, Toranzo, Armaño, Piedras Luengas, etc. A ellos se añadían los de los vecinos pueblos de Asturias, respecto a los cuales se hace, en 1913, un comentario interesante que transcribimos a continuación: «Antes era bastante frecuente que en esta romería hubiera riñas y palos entre los de Sotres y los de Liébana. Afortunadamente hace ya años que no se origina ninguna disputa ni se provoca una riña». Disputas aquellas que, tal vez, tuvieran su origen en los conflictos que en su día existieron por la delimitación de los términos de unos y otros en Áliva.
La asistencia la completaban, de un modo destacado, los indianos. En un momento como aquel, en que la emigración estaba a la orden del día en Espinama y todos aquellos pueblos, los que se iban, no dejaban pasar la oportunidad que cualquier retorno les proporcionaba, de acudir a la romería de Áliva, máxime siendo, como lo eran casi todos, jóvenes. Eugenio Briz, Urbano de Benito, Eleuterio Celis, José Bulnes, Crescencia Llorente... son algunos de esos indianos que, retornados aunque fuera sólo por unos meses, no se perdieron la fiesta de la Salud.
En cuanto a la fiesta en sí, podemos decir que desde bien pronto, el día dos de julio comenzaba el movimiento. A las siete de la mañana (téngase presente que el horario entonces coincidía con el solar, no como ahora) ya estaban instalados junto a la ermita vendedores de dulces y refrescos, que esperaban hacer su día. A pie o a caballo, la gente iba llegando, progresivamente, con tiempo de acudir a la Misa, luciendo, muchos de ellos, «vistosísimos trajes».
Ésta no se celebraba todos los años a la misma hora. Las diez o las once era la hora señalada. El celebrante, en principio, debía ser el párroco de Pembes, «encargado de aquel santuario», a la sazón don Olegario Fernández, aunque excepcionalmente podía ser otro, como sucedió en 1913 en que lo fue el párroco de Baró, D. Martín González Alles.
Durante la Misa, el coro estaba constituido por los vecinos de Pembes, de quienes se nos dice en 1915 que en la primera parte estuvieron regular para terminar bastante bien entonados, y en 1916 que se vio «reforzado con algunos valiosos elementos de la [Parroquia] de Espinama». La Misa se seguía con gran recogimiento, si bien por la «estrechez del local», con alguna incomodidad. Tras la Misa, cuya duración podía llegar a la hora y diez minutos, la gente acudía a adorar «durante largo rato», entonando salves.
Concluida la Misa, procede buscar refugio frente al sol, en caso de que el día esté soleado. Hay quien utiliza paraguas y toldos para dar sombra mientras otros se parapetan «en aquellas coteras buscando el buen beldador y respirarle con desahogo». Formados los corros, se da buena cuenta del vino y los manjares que se han llevado para la ocasión, «sin más interrupción que el armonioso cántico de unos setenta burros que se contestaban alternativamente».
En la sobremesa (en torno a las dos de la tarde), se procede al rezo del Rosario, tras el cual se realiza la procesión de la Virgen alrededor de su ermita, cantándose numerosas salves y la letanía auretana. En 1916, se señala que el ecónomo de Llaves y Vallejo acompaña, en este acto, al párroco de Pembes.
Concluida la parte religiosa de la fiesta, comienza el baile, que tiene lugar en la parte llana del Campo, a los sones de la pandereta y las castañuelas. En el mismo toman parte muchas y buenas parejas, destacando la presencia de «las Asturianas», «con sus trajes típicos y su peculiar gracia y desenvoltura en los acompañados movimientos», que llaman la atención de más de uno.
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Carreras de caballos y, sobre todo, la «corrida de la rosca» completan la fiesta. En la carrera de la rosca toma parte «lo más aristocrático que había en la romería». De en qué consistía se nos informa de este modo: «se formó un corro de unos 150 metros por cuatro de fondo próximamente, trecho que habían de correr los que se disputaban el ramo». Ramón González, Leopoldo Salceda Encinas (de Lomeña), Marcelino González (de Villapadierna, León) fueron algunos de los ganadores de estos años. Entre los espinamenses, Felipe Pellicer destacaba, al menos en 1916.
Corrida la rosca, el baile se reanudaba hasta más o menos tarde, según la situación meteorológica lo aconsejara. En 1916, en que el fuerte viento, la niebla y, finalmente, el agua, que cayó a última hora, reinaron, a las tres se dió por concluido el baile que, si no, a buen seguro hubiera durado algo más. Concluido el baile, «el desfile se hizo general».
El regreso tenía un alto a la salida del Puerto, donde eran muchos los que se dedicaban a merendar, acabando con lo que quedaba en las mermadas alforjas. Era ocasión, además, para que reaparecieran los sones de las panderetas y las castañuelas, entre quienes deseaban prolongar la fiesta.
Como resumen de lo que era la fiesta de la Salud por aquellos años puede decirse lo que decía "La Voz de Liébana" en 1916: una «fiesta honesta, alegre y concurrida».
Si bien la esencia de la fiesta parece seguir siendo la misma (misa, procesión, comida campestre, la "rosca"), las cosas han cambiado algo.
Para empezar, la subida a Áliva: cada vez son menos los que la hacen a pie y, además, han de hacer frente a la constante subida de vehículos y al polvo que éstos levantan a su paso, por lo que quien quiere ir andando busca itinerarios alternativos (subida en teleférico y bajada desde el Cable, subida por la falda de Valdecoro).
Luego, está la devoción religiosa, inexistente hoy en muchos de los que acuden, primando en ellos el deseo de confraternizar y divertirse, reflejo de los tiempos que corren.
Esta es la oración que se recoge en la parte posterior de la estampa de la Virgen de la Salud:
Suplicámoste, oh Dios y Señor, concedas a tus siervos gozar de continua salud de alma y cuerpo; y por la intercesión gloriosa de la bienaventurada siempre Virgen María, seamos libres de la tristeza presente y gocemos de la gloria eterna. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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Agradezco a la Asociación El Ciliembru (y, en particular, a María Bulnes) las fotos facilitadas