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LOS CENCERRONES: UNA HISTORIA INVENTADA

Relato de Susana Fontán



Estaba siendo una primavera más seca de lo normal. La nieve se había retrasado hasta marzo, y las temperaturas templadas habían impedido que las cumbres almacenaran la nieve con la que se nutrirían las fuentes. Apenas un hilillo discurría por el arroyo aquel mes de mayo. En las laderas del monte el ganado iba agotando poco a poco los pastos que podían encontrar en los altos prados que empezaban a amarillear. "Seco en mayo" se dijo Juan, "malo para el amo y el ganado", en un murmullo que repetían todas las familias. Se anunciaba una pobre cosecha, que no bastaría para el próximo invierno. Para colmo, el cielo amenazaba nube.

Al oscurecer se oyó un rugido atronador multiplicado por el eco de las montañas. Al poco rato, el firmamento había tomado un fantasmal color púrpura mientras la peña se defendía de los chasquidos de las descargas eléctricas, cuyos fogonazos iluminaban los picos. Juan, inquieto, se sentó junto a la ventana, como esperando algo. El trueno sonó a la vez que un rayo cayó sobre la escuela, prendiendo en los aleros del tejado. Las llamas comenzaron a lamer cruelmente las maderas resecas de las ventanas, mientras los pupitres alineados aguardaban su turno en la penumbra enrojecida por el fuego.

Juan se precipitó al exterior, corriendo a la iglesia para dar la alarma con la campana de la torre. Pero la cuerda, que solía colgar por la espadaña, había sido recogida y anudada en alto semanas atrás, para evitar que los chiquillos, jugando, tocaran a rebato perturbando la hora de la siesta. Sin saber qué hacer, fue a la cuadra, y cogiendo dos enormes cencerros salió desesperado, llamando a todas las puertas con un estruendo de lata, para movilizar a todos los vecinos. Sollozando, les llamaba por sus nombres, golpeando desesperadamente las puertas con los cencerros, "¡Fuego, fuego! ¡Se quema la escuela, vamos, salid y venid rápido!".

Pronto los vecinos estaban fuera de sus casas, con cubos, organizando la cadena que tantas veces les había salvado. Pero, por desgracia, bajo el puente, el arroyo tenía poco que ofrecer, y no había con qué llenarlos. Unos cuantos recurrieron al agua del abrevadero, mas con tan poca cantidad parecía que la escuela terminaría ardiendo sin remedio. Súbitamente comenzaron a caer las primeras gotas, gruesas y pesadas. A los pocos minutos el aguacero formaba una cortina de agua que barría las calles, y empapó por completo a Juan y sus vecinos, apagando con rapidez el infierno en que se había convertido la escuela.

Agotados por la tensión vivida, los hombres se refugiaron bajo un portal, mientras algunos niños correteaban divertidos entre los mayores, jugando también a hacer sonar sus cencerros, sin que sus asustadas madres pudieran atraparlos.

Imagen de los cencerrones de 2016. Pulse para verlo más grande Desde entonces, conmemorando aquella noche terrible, cada año se celebra en el pueblo la noche de los Cencerrones. El pueblo entero se reúne a finales de enero junto a la escuela, armados con cencerros de todos los tamaños, cuyos sonidos recuerdan desde el profundo mugido de la vaca al agudo balido del cordero. Después, recorren el pueblo llamando a todas las puertas redoblando los campanos. Invocan a la nieve de febrero para que nutra los manantiales y haga crecer las torrenteras, y a la lluvia de primavera para que reverdezca los prados espantando para siempre el fantasma de la sequía, imán de tormentas y desgracias. Las vacas estabuladas responden desde las cuadras, sacudiendo el cuello para hacer sonar sus propios cencerros con tono festivo.

Para la chiquillería, además, esto es mucho más divertido que tocar la campana de la iglesia, arriesgándose a quedarse sin postre.
Susana Fontán
Marzo 2017